Canasta básica

Por: Luis Leija

Lo sensato sería que los efectos de una crisis económica recayeran sobre el abatimiento del consumo de productos y servicios superfluos, propios de las altas clases sociales, es decir, de aquellas que disponen de recursos más que suficientes para sortear la contingencia.

Las crisis económicas no deberían afectar el consumo de bienes esenciales, que son indispensables para una calidad de vida digna. Pero generalmente las clases proletarias de bajos ingresos son las más perjudicadas; la escasez es resentida por las familias más pobres y marginadas.

Magnates, altos funcionarios, banqueros, ejecutivos y accionistas de altos ingresos, no merman sus dispendios y lujos; siguen su tren de vida sin ver para nada disminuido su nivel de consumo. Continúan disfrutando de buenos vinos, excelente comida, viajes, indumentaria, joyas, espectáculos y, en general, de artículos suntuarios. El pobre, por el contrario, tiene que bajar el consumo de tortilla, de chile, de sal, de fríjol, de arroz, de verduras, de fruta, de huevo, de agua, de gas, de electricidad, de papel, de aceite, de pan y, en fin, de todo aquello que conforma su canasta básica, con el consecuente detrimento de su salud y calidad de vida.

En contraste con el potentado, que sigue importando vehículos de lujo, perfumes, modas y espejos, el pobre debe disminuir la utilización del transporte, de medicinas y de esparcimiento, además de estar expuesto al desempleo, que lo dejará eventualmente en la calle.

Normalmente el pobre paga renta, hipoteca, intereses elevados, abonos de usura. Sí, todo es más caro para el necesitado. El rico es propietario, goza de rentas fijas, de intereses que su capital devenga, de entradas por aquí y por allá, de recursos financieros colocados en fondos de inversión a largo plazo, reservas en divisas, depósitos en cuentas en bancos extranjeros, bonos diversificados. Tiene además la protección de seguros y exención de impuestos en los más inverosímiles casos.

El pobre está expuesto a toda clase de contingencias; es mucho más sensible a cualquier alteración a la baja de la economía, tiene siempre la soga al cuello, vive al día y, así, todavía se le explota, se le extorsiona, y se abusa de su miserable condición.

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