Por: VERÓNICA URZÚA BASTIDA
Por ejemplo, las del número 14 y 16 de la calle Manuel Gutiérrez Nájera: ¿cuánto tiempo tardarían en hacerse ruinas?, ¿quién salió por última vez por esa puertita?, ¿quién soñó con habitar estas casas?, ¿o es una sola?, ¿por qué ese sueño no alcanzó el futuro?, ¿o será que el futuro es eso?, ¿será que uno, como estas ruinas, va acumulando el polvo y el desbaste de los años y el desgaste de las cosas y la argamasa del cansancio, y así, todo, siempre y sin querer, hasta que el edificio completo se resquebraja de un cuajo? Seguro que sí: estas ruinas somos todos. Y ellas lo saben: mírenlas ahí, quietas, como quien ve correr la vida nada más porque ya intuye hacia dónde corre. Ni siquiera el enorme beso rojo las conmueve: ellas se mantienen imperturbables, a contrapelo del ajetreo de esa calle que une al Mercado de la Cruz con el Templo de la Santa Cruz.
Hay, claro, en estas ruinas la presencia de un abandono. Querétaro, por supuesto, no se reconoce en ellas: le gusta ser una ciudad triunfante, moderna, y sí, también, conservadora, en el sentido de que guarda celosamente las edificaciones de su pasado; por lo menos las que se encuentran en el centro de la ciudad, y cuando menos hasta nuevo aviso. Pero he aquí que entre tanto cuidado se asoma un descuido, una falta que no se atreve a quitar, como si, en verdad, le fuera sumamente necesaria, incluso, forzosa: sin ella, en efecto, sería una ciudad muy bonita, demasiado perfecta, y por lo tanto bastante anodina; sería como una tarjeta postal, como una casa de decorador de interiores.
Estas ruinas: pasa la gente, los días y las remodelaciones a las fachadas vecinas, y ellas siguen, entorpeciendo el olvido, echándonos en cara que todo lo que hacemos terminará por caerse, que construimos nuevas cosas sobre viejas derrotas, o al revés, no importa, porque siempre habrá una grieta por donde brotará lo insospechado: una duda, un accidente, una planta que se abre camino hasta reventar la obra donde se refugiaba.
Estas ruinas: un proyecto que echó raíces pero no se sostuvo; una obra hecha de olvido; el paciente retorno a lo que sucederá; la alegría de lo que está sin estar; la memoria de una ciudad que se derrumba a fuerza de avenidas y puentes. Estas ruinas que esperan tranquilas sabiendo de antemano que nada puede pasar, porque ya pasó. De ahí el encanto
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