Indicios de Papel. La patria es un sentimiento, no una memoria

Por: ANA ALONZO

Si respondiéramos un cuestionario para saber los alcances del patriotismo en nuestro querido México, en el entendido de que honrar su pasado equivale a conocerlo, seguramente tales respuestas le pondrían signos de interrogación a la nacionalidad mexicana que ostentamos al cruzar cualquier frontera. Carlos Monsiváis (Mexico, 1938), propuso ―y publicó en el suplemento “Confabulario”, de El Universal, el 11 de agosto de 2007― las siguientes preguntas para saber qué tanto sentido tiene nuestro “sentido de pertenencia”: “¿Cuántos pueden situar convenientemente la toma de Torreón o la indecisión de Hidalgo en el Monte de las Cruces o el nombre del secretario de Gobernación del presidente Díaz Ordaz? ¿Cuántos tienen idea del santoral o de quiénes fueron los 25 cristeros beatificados? ¿Quién puede decir de memoria un poema de Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera o Salvador Díaz Mirón?”

Las respuestas, como las preguntas, pueden continuarse sin inconvenientes para quienes la patria es sólo un sentimiento, y no una memoria. El terreno sentimental, sin embargo, pierde también firmeza cuando se interroga sobre la genealogía de compositores o de cantantes a quienes se atribuye la educación sentimental de cualquier México que se busque. Nuestra patria, más que una suma de causas perdidas, es la resta de alusiones compartidas. El pasado, en el mejor de los casos, se recicla justamente en lo que de desechable tiene, si no, ¿cómo podríamos explicar los “reencuentros” de numerosos grupos musicales que en su momento manifestaban la miseria de una década? En la autopista del presente, las vueltas al pasado siempre son en “u”, y esta forma dibuja una memoria hecha de repeticiones tan banales como aburridas. Al encontrarse la memoria colectiva disponible en cualquier puesto web, la erudición de una persona se convierte en un “depósito amable de intrascendencias que no se piensan conocer”, como afirma Monsiváis en Las alusiones perdidas, libro que contiene su discurso de agradecimiento al recibir el premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2006. El origen de la tragedia se remonta a las instituciones públicas y privadas de la educación, pero también a esa tecnología de punta que con sus puntiagudas consecuencias nos ha traído la caducidad del presente. Ante los absurdos vigentes, levantar los hombros, resignado, puede ser tan válido como los aspavientos de la desesperación. Pero estos gestos no evitarán que la sinrazón cotidiana dé paso a la frustración de no saber el de dónde vengo o el a dónde voy.

En los párrafos anteriores he escrito tres veces el pronombre indeterminado “cualquier”, y esto me obliga a pensar en la subestimación hacia casi todo. Este “casi” puede sostener, no obstante, una memoria en donde el ninguneo, hijo de la ignorancia, caiga por su propio peso. Cada suceso tiene una genealogía y una descendencia por las cuales se explica. Reconocerlas nos ampara de la intemperie de la culpa y del error. Fechar los primeros besos, las visitas del Papa o las devaluaciones le da un poco de luz al oscurantismo del “hoy por hoy”. No obstante, como lo dice Monsiváis en Las alusiones perdidas: “El desvanecimiento de contextos y de referencias antes seguras (de historia nacional o internacional, de temas bíblicos, de mitologías, de novela, de poesía, de referencias fílmicas o incluso televisivas)… ya no disponen del público relativamente alto o significativo de otras épocas, o le resultan incomprensibles a la mayoría (cada cinco o diez años se modifica y circunscribe el mapa de las alusiones compartidas)”. El lector de este volumen tendrá, pues, un diagnóstico convincente de la catástrofe histórica que cariñosamente llamamos patria.

Monsiváis, Carlos. Las alusiones perdidas, Anagrama, Barcelona, 2007.

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