Barrio El Tepetate: Tradición hundida en el olvido

Por: Ricardo Morales

 

El Tepetate es, sin duda, uno de los barrios más antiguos de Querétaro; símbolo de tradición, pero, al mismo tiempo, también de olvido, pese a encontrarse a escasos metros del Centro Histórico, en donde la arquitectura y las vialidades, o al menos las del primer cuadro, lucen impecables.

Fue en el siglo XVI cuando comenzó a poblarse el lado norte del Río Querétaro, sitio al que se le conoció originalmente como la Otra Banda, precisamente por encontrarse separado del primer cuadro de Centro. Muchos siglos luego, en el XXI, las calles y fachadas de la Otra Banda, llamado ahora Barrio El Tepetate, siguen casi iguales a las de 1958, año en que un turista norteamericano, Leon Reed, las retrató a su paso hacia la Ciudad de México.

Dos cosas caracterizan al famoso barrio: El Mercado, que se tendía en 1944 sobre la antigua calle de Porfirio Díaz, hoy Héroes de Nacozari; y la Estación del Ferrocarril, que ha sido punto de llegada y partida de miles –quizá millones— de viajeros mexicanos.

En los tiempos de Manuel González (1967) el mercado de El Tepe —como también se le conoce— fue llevado a la calle de Invierno. Años después, en 1978, siendo presidente municipal Mariano Palacios, se construyó el inmueble en donde ahora se encuentra.

Por su parte, la Antigua Estación del Ferrocarril fue construida en 1904, cuando era presidente de México Porfirio Díaz, aunque fue inaugurada por el gobernador Francisco González y fue una de las más concurridas del país hasta 1997. En el 2003 se convirtió en centro cultural.

Hoy basta caminar por el conocido barrio para encontrarse con mujeres indígenas o de comunidades rurales que venden verduras y granos, tendidas sobre el suelo como lo hacían sus homólogas hace 70 años.

Las angostas banquetas de El Tepe apenas se distinguen de las calles, mientras que las fachadas de las viviendas —algunas con más de 60 años de antigüedad— ocultan su desgaste con pinturas de colores vivaces.

Aquí sigue siendo lo mismo, el tianguis ya existía desde que yo me acuerdo, que vivía aquí. Mi mamá me hablaba de él cuando yo era niña o la acompañaba a comprar cosas. Lo único que cambió es que las calles ya no están empedradas”, explicó María Guadalupe Sánchez, quien vive en la calle de Riva Palacio desde la década de los años 50.

En el corazón del barrio, lo mismo puede entablarse una conversación con un grupo de alcohólicos “de tiempo completo”, como ellos mismos se definen, que con uno de migrantes o de vendedores ambulantes.

En El Tepetate viven personas dedicadas a diferentes oficios: a la construcción, la elaboración de artesanías, el esoterismo, la medicina tradicional y, hasta la fecha, a la atención de partos.

Dormir cuando pasa el tren ya es normal, ya ni lo sentimos ni lo escuchamos. Y si es así, pues ni lo pelamos, nosotros seguimos dormidos. Lo que sí escuchamos de vez en cuando son pleitos”, dijo Alberto López, quien habita en uno de los vagones ubicados a un costado de las vías, habilitados desde hace tiempo como viviendas.

En estos vagones no se cuenta con agua potable, el baño es escasamente ocupado (por razones obvias), y el frío es intenso en las madrugadas. El lujo es tener energía eléctrica.

En sus calles todavía se encuentran vecindades cuyas construcciones precarias son habitadas por indígenas, que llegan a abarrotar con cinco integrantes un cuarto de escasos seis metros cuadrados.

En el Tepetate la ocupación es el sobrevivir día a día y, por lo tanto, no se tiene mucho tiempo para que las amas de casa luzcan tacones altos y peinados de salón. Las mujeres de este barrio salen en delantal, no sólo para ir al mercado, sino como parte de su indumentaria cotidiana”, escribió en un trabajo periodístico Alejandro Nieto, egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro.

[Publicado en El Presente. Año 3. No. 062]